viernes, 19 de marzo de 2010

Y eso que nos tratabamos con indiferencia.

Una vez que dejamos escapar el alma, el devanecimiento del cuerpo se aproxima. Comienza la putrefacción de la carne, tu piel se torna verdosa, diminutos seres blanco que tienden a arratrase sobre si mismo, se hacen dueños de lo que fue tu cuerpo, aquel que tanto cuidaste.


Te perfumas de una frangancia desagradable, que jamas en vida tolerabas y que ahora otros no toleran.

Has pasado de ser un ser presumido a tan solo el abono de la malaria que crece en el bosque; fijate, ni para ser el pasto que han de alimentarse las vacas.

Tanto que presumías en vida ser mejor que otros, te hizo la misma jugada la vida, igual que a todos los que han pasado por el mundo.

Nos llevo al mismo lugar, sin detenerse a ver quien eras, que tenias, que hacias, de que raza eras, que idioma hablabas, que tan costosas eran los textiles que llevabas puesto, al final nos volvio hermanos del polvo.

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